Los cojones de María



Despunta el alba al este, y ya la doña lleva tres horas adelantada, ajetreando con la casa, los chamos y la incertidumbre de un nuevo día.
 
María es madre de un liceísta (fruto de su primer y único matrimonio), y dos chamos en la edad escolar (de un tipo que la maltrataba, y ella no se lo caló). Con Dios al lado y la voluntad de hierro (aunque a veces flaquea en su soledad), arma todo en su casa para que sus hijos lleguen a salvo a sus lugares de estudio, y ella pueda, luego, encaminarse a su trabajo en una venta de loterías donde devenga más dinero que donde ejercía como asistente de administración, para lo que estudió. Hoy no le preocupa sentirse una vendedora de lotería, a pesar de haber estudiado cinco años en la universidad. También aprendió de los golpes y el desatino romántico.

Hoy tiene un objetivo mayor, conducir a sus hijos por el buen camino y proveerles herramientas para ser buenos hombres y mujeres.

¿La política? Le sabe a miel; da por sentado que otros se ocupen, porque bastante tiene ella con el trajín diario. No obstante, defiende lo “bien hecho” y critica al corrupto de mente y acción. No los tolera, no se enfrasca, como si fuera un “niní”, hablando el argot electoral. Pero es sabia para reconocer cuándo dar pasos certeros para apoyar una causa o deplorar el sinsabor de la injusticia. Aunque consigo tardó. Pero así se hacen los verdaderos valientes.
María es joven aún. Pero el trajín la desaliña. Dice no tener tiempo para ella. Su horizonte es el de sus hijos. No más, aunque a veces se permite ir a protestar a la calle porque en su comunidad el agua llega un día sí y cuatro no.

Recientemente critiqué, y seguiré criticando, la apófisis de la violencia desatada en este país como nunca antes. Seguiré insistiendo en recuperar la moral familiar por encima de la verborrea encendida que nos ha enfrentado, desde su génesis: El discurso político.

Cada noche. Cada noche, al acercarse las diez, en prime time (del argot televisivo), y en altos decibeles, la propaganda política repite una y otra vez el veneno que le cambió la actitud a muchos; que transformó (queriendo o no) la palabra amor por odio. A pesar que también repite “amor”, “paz”, “libre”, ese minuto y pico solo afinca más una daga en la ya maltrecha convivencia nacional.

Afortunadamente, hay la posibilidad de cambiar de canal, pero antes de hacerlo siempre termino convencido que María, esta y tantas marías de mi país, sí tiene verdaderos cojones, no quien utiliza el poder para ponernos en contra de nuestros semejantes.

PD: No solo hay que tener cojones, sino saber usarlos.

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