Corazón abierto
Creemos que la vida se nos va en un santiamén, en un abrir y cerrar de ojos, cuando tropezamos o nos caemos.
Que el viento
deja de soplar a nuestro favor y que el mar se detiene para dejar pasar el
tiempo precioso que pensamos perdido, atrás, en el pasado recientísimo, que
apenas nos permitió despertar una mañana con un cúmulo de emociones
encontradas, de preguntas sin respuestas; de dolor en el pecho sin tener la
misma posibilidad de arrancárnoslo tan rápido como llegó.
Y sí. Así es esta
vida, la única que tenemos. Y es en ese instante cuando todo se nos detiene, en
realidad y en apariencia. Porque todo bordeaba al sentimiento, pero todo
continúa también.
Es allí donde
debemos enfocarnos, echar a andar el duelo y aferrarnos a una sonrisa, aunque
sea forzada, para evitar caer aún más en el vacío y la soledad por lo perdido,
por lo no logrado, por lo sentido y por lo que ya acabó.
No creo en que el
tiempo cura todo. Nosotros nos curamos o nos amarramos. El tiempo nada tiene
que ver. Tampoco esperemos que otros lo hagan por nosotros, o que algo o
alguien sanen las heridas abiertas. Comprobado está que, en cuestión de vida,
un clavo no saca otro. Vuelves a estrellarte. Y cómo hay masoquistas en este
mundo, eh…
Lo mejor no ha
pasado. Cosas buenas sí. Pero hasta ahí. Queda, entonces, tomar el último
trago, amargo, tan espinoso que corta la garganta, y vomitar.
La fe en Dios y
en nosotros lo hace todo posible, a pesar que transcurramos la vida curándonos
hasta morir físicamente.
Comentarios