El blackout informativo
Hay que luchar y sobrevivir
a como dé lugar. No hay de otra. Eso sí, sin bajar la cabeza ni doblar los
principios.
Estas frases se escuchan en
las redacciones de los medios de comunicación desde hace muchos años, cuando el
Gobierno inició, primero solapadamente y ahora sin vergüenza, una cacería de
brujas contra periodistas y editores no complacientes.
Este acoso sistemático ha
devenido de muchas formas, y en estos últimos cinco años se ha enfocado en los
medios impresos.
Hoy se anuncia un blackout
informativo o apagón de medios regionales.
La situación de la escasez
de insumos para impresos ha obligado a muchísimos periódicos a voltear su
mirada a la red de redes, Internet, y ver en esta un salvavidas cuando, antes
de la crisis, mantenían de adorno esta plataforma.
Para otros tantos, especialmente
regionales, la crisis ha permitido mirar hacia adentro, revisar cómo
funcionaban, qué estaban haciendo bien o mal, y reencauzar estrategias. Una introspección,
como dicen los psicólogos.
Sin lugar a dudas, muy pocos
diríamos, han aprovechado para afincar sus posiciones editoriales más orientadas
a ser partícipes políticos que analistas de la realidad y formadores de opinión
pública.
El anuncio de un “silencio”
informativo, sea en Semana Santa o en cualquier otra época, hace un gran favor
a quienes han empujado esta situación, precisamente; a que hagamos mutis
mientras la corrupción campea.
Y no hay salvavidas que
valga sino el trabajo diario de la información y el periodismo serio,
comprometido con la verdad y lo justo, con todas las voces del país. Internet
tampoco es un flotador que mantendrá viva la llama informativa, especialmente
porque a pesar de los altos niveles de penetración en Venezuela, el índice de
acceso a las redes por parte de la población más vulnerable, sigue siendo
bajísimo.
Hay que hacer el máximo
esfuerzo para mantener en la calle a los periódicos, mostrar al lector todas
las aristas de la realidad y que forje sus ideas. Es cuesta arriba, pero es la
única opción.
Mientras tanto, esperamos la
culminación de una planta de producción de pulpa y papel, después de muchos
años y muchos dólares en sacos rotos, sin un solo preso ni alguien que rinda
cuentas.
Tal como ocurrió con las
plantas de tableros para fabricar casas de madera y los aserraderos que
construirían en el bosque de pino Caribe, materia prima principal para que
podamos hacer papel en Venezuela.
Hoy no hay plantas y el
bosque nadie sabe en qué condiciones está (son dos millones de hectáreas).
Pero tenemos patria y el
periodismo impreso libre tiene un cañón apuntándole.
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