Convicción y actitud




Definitivamente los seres humanos no dejamos de descubrirnos. Cada vez hay más en nuestro interior invitándonos a hurgar cada espacio de nuestra psiquis para entendernos. No terminamos de afrontar sentimientos, hallar su génesis y exponerlos, y un nuevo enigma emocional se nos cruza como si no tuviésemos más en qué pensar.


Pero de eso se trata la vida, solución y resolución de conflictos internos y externos, cuya prolongación o fin depende de nosotros única y exclusivamente, incluso sin intermediación pues, a la larga, cualquier inherencia o estímulo externo nos puede envolver en más dilemas, más diatribas, más confusión.


¿Cómo evitarlo? Creo que nadie lo sabe a ciencia cierta. Es como preguntarle a tu amor por qué te ama. Si viene de adentro, seguro no hallará la forma de explicártelo con palabras. Pero cada uno de nosotros tiene la fórmula. No depende de nadie ni nada.


Hemos escuchado, leído y discutido muchas veces sobre la actitud y su impacto en nuestro desempeño sentimental y emocional. La actitud tomada a la ligera en ocasiones, cuando nos dicen “es cuestión de actitud”, sin tomar en cuenta el entorno. También la excesivamente autoritaria, que nos quita la libertad de ser y estar, y a la postre nos hunde en un mar de contradicciones.


Y en este punto podríamos hacer una aproximación hacia una actitud que nos satisfaga como seres humanos, que nos revele tal cual somos, sin apariencias ni clichés; que haga fluir todo lo que llevamos dentro y sentimos, con conciencia aunque nos permitamos momentos de locura.


Pero sin duda, lo que forma la actitud es la convicción. El conocimiento de nuestras capacidades, nuestras debilidades, nuestra potencialidad y limitaciones, nos proporciona la sabiduría y fuerza que empleamos para actuar. Y esto siempre de manera individual, que a la postre se reflejará en el colectivo y tendrá un impacto en quienes nos rodean.


También generamos decisiones asertivas.


Sin estar convencidos del poder que tenemos para ser felices, no podremos llevar una máscara con una sonrisa, mientras nos engañamos y pretendemos engañar al mundo.


Hay que deslastrarse, eliminar lo tóxico, no todo porque hay “bacterias” que necesitamos para sobrevivir en un mundo cada vez más hostil. Hay que dejar a un lado las actitudes de víctimas o verdugos y encarar nuestra realidad por muy duro que sea. La autocompasión y el egoísmo son pésimos consejeros. Nadie afuera tiene responsabilidad por lo que nos sucede. Solo nosotros.


Así descubrimos el sentido de la libertad y la pasión de ser felices, cada uno a su manera, y aunque en el camino nos equivoquemos una y otra vez.


No es fácil, pero hay que ejercitarse día a día. Querámonos, para empezar.

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